David, aquejado de un terrible esguince, lamenta por lo bajini no poder acompañarnos en tan heroica misión. Primera baja, nos estamos planteando implantar una norma que restrinja las actividades físicas de alto riesgo los días anteriores a las salidas.
La segunda baja se produce cuando, a las 8:45 decidimos que es hora de partir, y Carlos aún no ha llegado, dichosa huelga de RENFE.
Camino a Villanueva de la Cañada Pablo se equivoca de salida, momento que aprovecha para explicarnos el código de las matrículas diplomáticas (hay que ver... este chico es un Google con patas), para distraernos de su peculiar estilo de conducción.
Llegados a Villanueva de la Cañada, un pueblo con un césped muy bien cuidado, Pablo, aparcando, suelta la ingeniosa frase “Lo he metido en sitios peores”, lo que provocó oscuras reacciones en los cerebros abotargados de los geólogos. Según se fueron despertando sus neuronas, las frases al estilo Pablo nos acompañaron toda la tarde. Frases que Dani anotó en su libreta, por si acaso alguna superaba a las famosas frases de Blanca.
Tras comprar algunos víveres, nada de alcohol, no penséis mal, nos dirigimos al norte del pueblo, dirección El Escorial.
Unos minutos después, Pablo decide girar bruscamente, obligando al coche que viene detrás a dejarse los neumáticos en la frenada (y pitarle), para meterse en el camino del CYII, cerca del
Mirador del Romero.
Al fin hemos llegado. Nos desentumecemos un poco, ya estamos casi despiertos, y comenzamos el camino. Al poco aparecen unos gneises glandulares con diques de ¿?¿? que se van degradando al desplazarnos al Oeste. La frase del momento es memorable: “no somos allanadores, somos geólogos”.
Tras esta arriesgada invasión de una propiedad privada, volvemos a un corte en la carretera en el que no pudimos parar antes, pues estábamos siendo hostigados por hordas de camioneros salvajes. En éste corte se aprecia una sucesión de ¿?¿? con nódulos carbonáticos (que nos ocupamos de romper y meter en una bolsa, cosa que a Julia le dio mucha pena (pobres piedras, separadas de su familia, la soledad del expatriado y ese tipo de cosas). También vimos niveles centimétricos de arcillas, que pudimos estudiar arriesgando nuestras vidas a escasos centímetros de los camioneros con prisa, que no dudarían un segundo en empotrarnos en el afloramiento de la carretera...
Al investigar los aledaños del corte, descubrimos una construcción con aspecto de casita de gnomos en otro tiempo (somos geólogos, no arqueólogos, por lo que no podemos documentar adecuadamente el hecho, pero nos informaremos y pediremos que los arqueólogos nos confirmen si gnomos o gentes pequeñas).
Camino a El Escorial nos paramos en una cantera, gracias otra vez a la frenada asistida del coche de atrás, en el que descubrimos la creciente afición de Pablo por picar y romper, sea cual sea el tamaño de la roca y su composición.
El hambre ya empieza a picar y nuestros suculentos bocatas gritan desde la mochila que nos los comamos, así que decidimos parar en un merendero. Esta vez sin frenazos bruscos.
Parecía un buen sitio. ¡Craso error!
A los 3 minutos de sentarnos, una avispa decide que esos bocatas son suyos, y que hará lo que sea por conseguirlos, lo que obliga a Omid y a Esther a guardar una gran distancia de seguridad, distancia que la avispa atravesó en muy poco tiempo. Finalmente Pablo, protegido por la armadura de la funda de la cantimplora de Julia, acaba con la avispa y con el temor del pueblo, además de con una gran sección del postre de Julia, quejándose ésta de que “Le habíamos explotado una pera”, otra de las ingeniosas frases cargadas de significado que hicieron más amena la salida.
Pero el mundo animal estaba decidido a llevarse nuestra comida, y minutos mas tarde apareció un perro con esa carita (y esas babas) de no haber comido en días, pero al ver el collar y a sus dueños a poca distancia, le ignoramos y seguimos masticando. El perro no desistió en su empeño durante un buen rato, aunque finalmente, se rindió, dejándonos más tranquilos.
Ha llegado el momento de hacer un análisis de la conducción de Pablo:
Con una mano en el volante y otra en el aire, Pablo dirigía la ópera que sonaba desde su casete (y la dirigía muy bien), mientras iba fijándose en los afloramientos de la carretera más que en su carril.
Tras una paradita a tomar un café en El Escorial, pueblo en el que Pablo recibió la mirada torva de una señora del pueblo tras salir de una plaza de aparcamiento sin mirar, nos dirigimos hacia el Oeste, por el puerto de la Cruz Verde (mirar en Wikipedia la Leyenda de la Dama de la Cruz Verde).
Varias cosas hemos aprendido de esta salida, la primera, prohibidos los deportes de riesgo los días anteriores a una salida. Segundo, no permitir que Pablo se fije en los afloramientos del lado opuesto de la carretera, pues no conforme con verlos desde su carril, es capaz de invadir el contrario para observarlos más de cerca. Todo esto con una sola mano en el volante, pues la otra estaba ocupada dirigiendo a Carmina Burana.
Llegados a una rotonda en el puerto, fuera del mapa geológico sobre el que estábamos trabajando, decidimos pararnos en una cantera. Omid nos avisa del peligro de una valla de espino y una caseta con feroz cancerbero. Pero estábamos decididos y, dispuestos a conquistar la cantera martillo en mano, llegamos a las magnesitas. Mientras llenábamos nuestras mochilas con más kilos de piedras que los explotadores iniciales (Ver Seditour I), una señora nos miraba, alertando a Esther de que la benemérita aparecería de un momento a otro.
Desde esta cantera, se apreciaban los abanicos aluviales a los que habíamos tenido que dirigirnos al salir del pueblo, así que emprendemos el camino de regreso a El Escorial, buscando la salida que habíamos de tomar.
Hartos ya de estar sentados en el coche, nos ponemos a caminar por la ladera sur de un monte sin demasiada vegetación. El sudor empaña nuestra ropa, lo que la hace pesar más, y con ésta pegada al cuerpo, vamos ascendiendo por una ladera en la que los dioses han creado un fabuloso carril que nuestros pies agradecieron.
Por el camino fuimos recogiendo muestras, lanzando visuales al charco-embalse que teníamos al sur (las famosas visuales del método Cristóbal Colón), mientras Esther se enzarzaba en una aparentemente interminable disputa con un ejército de moscas.
Buscando insistentemente unos esquistos que, por supuesto, no encontramos, subimos una pared vertical equiparable al la cara norte del K2, repleta de metacarbonatos y algo que nos pareció ser jaspe.
Volviendo ya al coche de Pablo, nos paramos a hacer alguna foto grupal con el famoso trípode de Dani, que al igual que la pera de julia y el coche de Pablo, provocó en Omid más de una carcajada entre tanto comentario con doble sentido y amenazas de Esther que Dani no tuvo valor de apuntar por miedo a que ésta las cumpliera.
De vuelta hacia la facultad, cual Pulgarcito, fuimos dejando a varios componentes de la excursión por el camino. Nos perdimos a la famosa hermana de Esther, pero la desazón por tan inmenso contratiempo dio paso de nuevo al más absoluto recogimiento ante la apabullante forma de conducir de Pablo.
Allí, descargamos con orgullo los quince kilos de piedras que habíamos rapiñado y volvimos cada uno a nuestras fortalezas.
Continuará…
3 comentarios:
Por favor Esther, no me mates...
ja ja ja, en fin que si las entradas en los blogs necesitasen pasar por referees creo que solo Pimen, Perales o Guille, serían capaces de corregir esta entrada...
Ha sido una salida muy fructífera, a la par que divertida y me he acordado mucho de mis compis del primer Seditour (Nieves (DEP), Guille, Pimen y Perales).
Publicar un comentario