jueves, 22 de enero de 2009

DE CÓMO ME CONVERTÍ EN CRISTALERA EN PARÍS

Así no se puede hacer ciencia! (perdonad la ausencia de la exclamación inicial, otro gage de la informática y los idiomas).
Esta frase tan escuchada en los sectores científicos de nuestra sociedad española me viene a la cabeza cuando, en plena vorágine falangista (de Gazella borbonica, Dios nos libre de la otra), me caen sobre la cabeza y el ordenador los papeles de periódico que con tanto esmero llevo colocando una semana en la ventana de mi nuevo despacho del Muséum National dHistoire Naturelle de París. Todo empezó un día en que, atareada en yo en mis quehaceres óseos, empecé a fumarme, involuntariamente, un cigarro con el que voluntariamente se lo estaba fumando en la puerta de personal del museo. “Qué cosa más rara” pensé, ya que aparentemente ni en las ventanas ni en la pared había agujeros o grietas. Yo miraba y miraba con disimulo porque comparto despacho con Karin, mi ayudante cristalera suiza, y no era plan de sacar la pipa cual Mr. Holmes. Así que ese día me fumé como 4 cigarros más. Al día siguiente, un poco harta, y viendo que las corrientes de aire que se formaba en el rincón de mi mesa no eran ni medio normales, me puse a buscar la causa de esos vientos menores y…voilà! La ventana de la derecha, a parte de cerrar mal, hasta con 2 dedos de nada en su parte superior, quería tapar (que en ningún caso conseguía) con cinta aislante de la época de Cuvier, telarañas y algo indescriptible que en su momento pudo ser un contrachapado, una rendija de más de 5 cm de ancha!!! Como lo oyen señores. Cuando montaron la ventana se quedaron cortos con el cristal y la solución fue cuando menos, curiosa para un edificio público. Así que una vez identificado el problema procedí a rellenar cada resquicio que pudiera con papel de periódico. Menos mal que estoy curtida en esto de sellar ventanas con papeles, bolsas de plástico o lo que se tercie (veáse MNCN y AMNH), aunque nunca de este calibre. Y funcionó, mas o menos. Hasta hoy. Los vientos huracanados que azotan la Cité sólo son comparables a fenómenos como El Niño o el Katrina, de ahí que mi invento, útil pero precario, haya durado un asalto. A todo esto Karin, que viene 2 días por semana y nunca jamás se fijó en la nueva ventana que yo había modelado a lo Art Attack, no entendía de dónde salían los papeles que volaban por mi mesa con cada nuevo embate de aire. Ha sido pues, el momento de explicarle el resultado de mis pesquisas y de decirle que “igual deberíamos pedir un poco de cinta aislante para repararlo” por no decir “¿es que nadie en este santo museo sabe cómo está esta ventana?”, cosa que por otra parte resulta totalmente irrisorio. Y así, sin comerlo ni beberlo, me he visto subida a una escalera, arreglando con un poco de cinta y cartón mendigados, la ventana de un despacho de visitantes de uno de los centros de investigación más importantes del mundo. Y no digo más.

1 comentario:

  1. Pues Gema, tú dirás lo que quieras... pero a mi esto me parece una auténtica paja mental...

    jajajaja

    No sólo en la UCM tenemos corrientes de aire inexplicables...

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